¿De qué va esto?

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martes, 3 de enero de 2017
Solo hay un día en todo el año, único y especial. Repleto de sonrisas, emoción y solidaridad. Ese, es el día de Navidad.

Un día que odio profundamente. 

Para mí, solo es una excusa que utilizan mis empleados para escaquearse del trabajo, para llenar de espumillón los pasillos y para que me vendan lotería. Es la tarde del 24 de Diciembre, y he dejado que se fueran para no escucharlos. Veo cómo se van para celebrar esta “magnífica” fiesta. Pero antes de que la oficina se quede vacía, mi secretario me recuerda que las oficinas de la Torre Iberdrola cerraran en breves. Así que, lamentándolo, yo también tendré que irme a mi casa.

Recojo mis cosas de mala gana, y bajo a la entrada, donde mi chofer me espera con una sonrisa. Me abre gentilmente la puerta y yo entro sin decirle nada. Sin más preámbulos, me lleva a mi casa situada en un monte cercano a Bilbao. Un sitio donde puedo estar tranquila.

Cuando llegamos a mi  humilde morada de tres plantas y dos piscinas. Salgo de coche como he entrado, mi chofer da media vuelta y se marcha.

Entro a casa, y antes de cambiarme de ropa. Paso rápidamente por la cocina para comprobar que Desiré ha hecho toda la comida que le he mandado. Todo correcto. 

Subo a mi habitación. Me cambio la ropa por alguna más cómoda, y bajo al salón para ver un poco la televisión antes de cenar. Si la programación de la televisión es un asco durante el año, en Navidad aún más. 

¡Que aburrimiento!

Es tal el aburrimiento que mis parpados empiezan a cerrarse. Sin embargo, mi sueño se ve interrumpido por el sonido del timbre. Me sobresalto, y me levanto del sofá para saber quién es. Nada más abrir la puerta, me encuentro con una mujer joven con su vientre muy abombado. Antes de que pudiera decir algo, noto como alguien pequeño me empuja para entrar en mi casa.

-¡Que frio!-Grita una niña con rizos. Nada más decir eso, se dirige como un vendaval hacia mi salón. 

Voy detrás de ella para que no me rompa nada. Dejando atrás a la embarazada.

Cuando llego a la sala, la niña esta tumbada en mi sofá envuelta en mi manta. Sin ningún miramiento, tiro de mi manta para quitarse. Ella ríe. A mí no me hace ninguna gracia.

-Gretel, no seas maleducada-Le riñe la joven que también ha entrada a casa. La niña sigue riéndose- Disculpe las molestias-Se dirige esta vez a mí- pero fuimos a dar una vuelta por este monte, y a la vuelta, nuestro coche se averió. Le importa que nos quedemos aquí hasta que venga la grúa, ¿Por favor?

Quise mandarlas a freír espárragos por molestarme de esa manera. Cuando, otra vez, la endemoniada niña me quita la manta. Volví a la carga, pero esta vez me costó más quitársela.

Una vez con mi preciada manta en mis manos, me di cuenta de que la joven se había sentado en el sofá, dando por supuesto que yo las dejaba quedarse. 

Mierda. Ahora sería imposible echarlas.
 

Refunfuñando, me envolví en mi manta y espere a que se largaran cuanto antes.

El tiempo pasaba muy lentamente. La embarazada no paraba de expulsar aire por la boca y la niña no paraba de temblar. Iba ser más difícil de lo que pensaba aguntarlas.

La niña castañeo los dientes por primera vez, y yo le tire la manta, para intentar que me dejara en paz. Se envolvió rápidamente con ella.

-Gracias- Me sonrió. Puede ver todos sus dientitos salvo uno, y era bastante adorable. Entonces se acurruco contra mí. Y note una sensación entraña en el estómago, era cálido y muy agradable ¿Qué podrá será?

La mujer ante tal escena nos sonrió. 

-Gretel está muy contenta, porque hoy es Navidad- Me dice a la vez que su mano se apoya en su gran vientre y exclama un gritito.

-¿Estas bien?-Pregunto instintivamente. 

-No es nada-Le resta importancia al asunto-Es solo él bebe dándome una patadita. ¿Quieres sentirlo?

Es la estúpida  pregunta que hacen las embrazadas. Voy a decir que no, pero mi mano involuntariamente toca lentamente su vientre. Noto un pie pequeño sobre la piel. Es una sensación increíble, que para nada pensé que sería de ese modo.

Ella me sonríe, y a mi se me encoge el corazón.  

Todo ese trance desaparece, cuando Gretel me da un golpecito en el hombro para decirme que tiene hambre. Como siempre, no me da tiempo a hablar, porque ella se dirige corriendo a la cocina. Pero para mi sorpresa, no me parece tan irritante.

Su madre y yo vamos detrás de ella. A fin de cuentas, tengo mucha comida.

La cena trascurre de una manera lenta pero muy entretenida, ya que Gretel no para de hacer sus monadas, mientras su madre y yo charlamos animadamente. Me asombra lo bien que nos estamos llevando. 

Su móvil suena después de que hayamos terminado. Ella habla por teléfono, a la vez que yo me lamento de que se vayan. Las acompaño a la entrada, ya que la grúa vendrá a buscarlas en escasos minutos. 

La grúa ha llegado. Se despiden de mí, no obstante mi cuerpo y mi mente me piden que haga algo. Entonces, voy corriendo a mi salón, cojo mi manta y se la doy a la pequeña. A ella se le iluminan los ojos por ese simple detalle. Y a mí el alma. 

-Eres la personas más amable y generosa que he conocido-Me dice su madre mientras me da un breve pero agradable abrazo.

Ambas suben a la grúa. Yo me quedo contemplado como se va alejando cada vez más, hasta que las pierdo de vista. Y en ese momento, descubro una gran sonrisa en mi rostro. 

He descubierto que la felicidad, que no debo de ocultar, reside en las cosas más simples y pequeñas. 

Pero sobre todo, que la Navidad no es tan mala como yo pensaba. 

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